El culto a los dioses constituye
uno de los aspectos más destacados dentro de la sociedad romana, en la que los
distintos actos del día a día se veían influenciados por la potestad divina y
ante lo cual era necesario rendirles culto y propiciar su beneplácito mediante
ritos y sacrificios en la búsqueda de ayuda o para aplacar su cólera.
Costumbres y supersticiones eran algunos de los aspectos que caracterizaban la
religión romana.
Larario
doméstico de Augusta Raurica
Fuente:
http://galiciaromana.blogspot.com.es
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Dentro de las prácticas cultuales
existían dos tipos: los cultos públicos, que estimulaban el patriotismo y el
respeto al estado, y los cultos privado o del hogar, que unían estrechamente a
la familia. En lo que respecta al culto en el hogar, estaba constituido por
ritos periódicos, obligatorios e íntimos dirigidos por el pater familias, que
actuaba como sumo sacerdote, y que tenían lugar en el lararium, un pequeño
altar situado por lo general en el atrio que contaba con las imágenes de los
dioses y que en el caso de la Casa de la Fortuna podemos encontrar junto al
tablinum.
El culto que tenía lugar en el
interior de la casa iba dirigido principalmente a tres tipos de divinidades
estrechamente ligadas con la familia:
Lar de bronce del s.
I
Museo Arqueológico
Nacional
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Dioses Lares: estas divinidades, hijos de la náyade Lara y del dios
Mercurio, tenían también su vertiente pública, pero en el culto privado se
encargaban de proteger la casa familiar. En los inicios del culto romano, solo
existía un dios Lar que sería el protector de la familia y que contaría con un
marcado carácter funerario, pero posteriormente pasaron a ser dos.
Estos Lares eran los antepasados
de la familia, fundadores de la gens, y normalmente eran representados como
niños vestidos con toga y sosteniendo una cornucopia. A ellos se encomendaba la
protección mediante ofrendas suntuarias o agrarias, aunque las ceremonias y
ritos para hacerlo tomaban una forma distinta en cada familia.
Acciones como la bendición de la
mesa antes de comer, plegarias por la salud de los hijos, estabilidad de la
economía y una vida sin perturbaciones eran algunos de los motivos de devoción
que la familia tenía hacia los Lares.
Dioses Penates: estos dioses eran los espíritus tutelares de los alimentos
de la familia y estaban relacionados con el sustento familiar, teniendo un culto
similar al de los Lares en el que se les ofrecían las primeras producciones del
campo.
Dios
familiar
Museo
Arqueológico de Cartagena
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Estas divinidades, a diferencia
de los Lares, no son concebidas necesariamente como divinidades masculinas, representándoles
en ocasiones como los Dioscuros o como otras deidades de la casa. En los ritos
dedicados a los Penates se solía utilizar la sal por sus propiedades de
preservación y en el momento de consagrar el alimento se lanzaba una porción al
fuego del hogar.
Dioses Manes: los dioses Manes
eran entendidos como los espíritus de los muertos que rodaban el hogar y
amenazaban la tranquilidad familiar, por lo que era necesario llevar a cabo una
serie de ritos para tranquilizarlos y ahuyentarlos.
Genio: por último, esta divinidad doméstica asumía la protección de
cada uno de los integrantes de la familia, naciendo y muriendo junto a la
persona y adoptando sus rasgos físicos, existiendo por tanto uno para cada uno
de las personas que formaban la familia. El culto tenía preponderancia en el
Genio del pater, dado que su celebración se realizaba el día del nacimiento de
este.
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